Después de un fin de semana para descansar, ayer fue día para volver a la unidad. Realmente fui como si lo llevara haciendo todos los días de mi vida, casi sin darme cuenta de que tan solo había ido cuatro días a ese lugar. La verdad es que es inverosímil lo familiarizado que puede estar uno en tan poco tiempo... Así que llegué para afrontar un nuevo día de prácticas y aprendizaje, de preguntas, cuestiones y nuevos métodos. Pero no se iba a presentar así la tarde...
A mi llegada, en la unidad había ocho camas ocupadas. Fue cuando el enfermero me estaba contando la situación de cada uno cuando comenzó la vorágine de ingresos. Que yo contara, hubo cuatro nuevos pacientes en la unidad, llegando cada uno apenas quince minutos después del anterior. A mí me cogió totalmente desarmado. En todos los días anteriores en la unidad la situación había sido bastante más relajada. Tanto que pude leerme perfectamente la historia de los pacientes, el tratamiento y ver la evolución en la gráfica de constantes de cada uno. Pero ayer no iba a ser así. Ayer la unidad seguía su camino mientras yo intentaba averiguar qué era lo que estaba pasando. Hoy puedo decir con toda certeza que ayer no me enteré de nada, no sería capaz de decir quién ingresó y qué problemas tenía. Y eso no puede ser.
Ayer yo me limité a recibir instrucciones, y a cumplirlas. No es una crítica para las enfermeras, ni mucho menos, que bastante tenían con estar pendientes de todo. Mientras a uno se le había salido la vía periférica, había que sondar a otro. En medio de una canalización arterial había que recoger unas muestras venosas. Cuando estaban preparando la medicación del nuevo paciente ya estaba entrando otro por la puerta. Las enfermeras cumplieron más que de sobra con su deber. Sin embargo, yo no me enteraba de nada. Ayer no fui capaz de captar todo lo que podía captar. Siempre he oído que un enfermero tiene que estar pendiente de todo, que no se le puede pasar nada. Pues bien, ayer yo fui el anti-enfermero. Cuando vi el panorama mi intención siempre fue la de echar un cable en la unidad, aunque fuera responsabilizándome de cambiar la medicación cuando se terminara, pero hasta eso se me olvidaba. Yo veía a todos acordándose de todo, como si fueran una agenda electrónica. Sabían perfectamente qué es lo que tenía que pasar a cada momento, cuando había que administrar cierto fármaco. En mitad de un procedimiento eran capaces de valorar al paciente de al lado.
Eso es lo que yo quiero alcanzar, y creo que a estas alturas de la carrera es mi mayor punto de mejora. El tener todo bien claro, el hacerme una idea del paciente solo con mirarlo y lo que haya dicho el enfermero del turno anterior, el saber qué necesita a cada momento y que no se me olvide por causa del ajetreo. Porque hoy tengo la excusa de que soy alumno, de que estoy aprendiendo y de que todavía me queda mucho por saber. Pero en menos de un año, seré yo el que tenga que estar resolviendo estas situaciones, en las que a veces no hay tiempo para nada, pero todo tiene que estar hecho.
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