Yo, que cada día hago que conozcáis a una persona, os voy a presentar hoy a Marcelino, un señor de rasgos muy marcados, ojos pequeños, pelo canoso y ochenta y dos años a sus espaldas. Marcelino se encontraba en casa con su esposa, cuando comienza a sentir "molestias en la tripa". Las molestias van siendo cada vez más severas, hasta que acude al hospital con dolor infraumbilical y malestar generalizado de doce horas de evolución. A su llegada a urgencias, Marcelino expulsa un vómito bilioso y sufre un episodio de tiritona, de forma que deciden trasladarlo a la ADA para tenerlo más controlado. Cuando llega con nosotros, ya porta una sonda nasogástrica conectada a una bolsa colectora. Poco a poco dicha bolsa va llenándose de contenido fecal. Los médicos lo tienen claro: Marcelino padece una obstrucción intestinal.
Marcelino necesita ser operado. Una intervención de este calibre no tiene suele tener graves consecuencias, pues simplemente había que valorar la causa de la obstrucción y eliminarla. Aunque bien es cierto que hay ocasiones en las que lo que provoca la obstrucción es un tumor, y la resolución no es tan sencilla. El caso es que en la unidad, a eso de las 15:30, comienzan a prepararle para subir a quirófano. Lo único que queda es avisar a la familia y que firmen el consentimiento informado. Pero la familia no viene... Marcelino, que está consciente y orientado en las tres esferas a su ingreso, con el que puedes mantener una conversación perfectamente, va empeorando. La obstrucción provoca que los tóxicos no sean eliminados, de forma que pasan a sangre y se distribuyen por el organismo. De manera muy insidiosa, casi inperceptible, Marcelino comienza a desorientarse, bajarse de la cama y quitarse vías.
A eso de las 16:45 aparece el hijo de Marcelino. Todo está hecho, solo falta el consentimiento del anestesista para poder realizar la intervención. Sin embargo, este se niega a proceder alegando que quiere saber si el paciente está sufriendo un posible infarto, argumentando que su protocolo de actuación y sus precauciones serían diferentes. Así que ahora lo único que queda es que alguien pueda realizar una ecocardiografía para descartar el posible infarto. Sin embargo las enfermeras se encuentran con que no hay nadie disponible para ello, puesto que los residentes que están libres no son capaces de hacerlo, y la única que puede está ocupada con otro paciente urgente. Mientras tanto, Marcelino se encuentra completamente desorientado. La obstrucción sigue existiendo, y cada vez existe más riesgo de perforación intestinal. En caso de que esto ocurriera, las heces se extenderían por todo el peritoneo, provocando la sepsis generalizada del paciente, que puede finalizar en muerte. Finalmente, a las 18:00 y sin ecocardiografía realizada, Marcelino sube a quirófano dado el empeoramiento observado y la situación de riesgo que puede llegar a alcanzar.
A estas horas, no sé cómo terminó la historia, si es que ha terminado. Es posible que hoy vaya por la tarde y vuelva a ver a Marcelino en su cama, o no. Lo único veraz es que desde que se decidió la intervención quirúrgica de Marcelino y el paciente se encontraba preparado para ello, hasta que finalmente subió a ser operado, transcurrieron tres horas. Tres horas de impctación fecal son tiempo más que suficiente para provocar una perforación con sus peores consecuencias. A decir verdad, desconozco los protocolos y procedimientos que tanto médicos como anestesistas llevan a cabo antes de realizar una intervención. Pero estoy seguro de que se podría haber realizado de otra manera. Si un anestesista necesita saber si un paciente está infartado para tomar ciertas precauciones, ¿no podría tomarlas de todos modos sin necesidad de esperar a una prueba que lo confirme? Por lo menos en situaciones de riesgo, en las que cada minuto que pasa significa un punto de no retorno. Yo creo que hay ocasiones en las que no nos damos cuenta de la gravedad de ciertas situaciones. Estamos tan acostumbrados a vivir en este tipo de circunstancias que no nos percatamos de que no es lo normal. Pero si nos asentamos en ese pensamiento, si dejamos que pocas cosas tengan la capacidad de alertarnos y "asustarnos", algún día nos vamos a llevar algún susto. Y puede que sea demasiado tarde.
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